Al igual que en el caso Asunta o en el caso Alcasser o en el caso Marta del Castillo, da la sensación de que hay mucho interés por centrarse en la esfera de lo particular y no trascender hacia lo colectivo, o mejor dicho, a lo organizacional.

Esto ya parece una tendencia, un patrón que tiene todas las trazas de ser elevado al estatus de ‘hecho’. Sí, al parecer, a los investigadores de las fuerzas de seguridad del estado, sea este el estado que fuera o fuese, no les gusta, o mejor dicho, les gusta, prefieren restringir los crímenes a factores psicológicos, individuales, a personas, y no a organizaciones, porque si ya empezamos a trascender el nivel organizacional, todo se complica, y sobretodo, muy sobretodo, la responsabilidad se diluye, el caso se alarga, se bloquea, se sabotea, se vuelve infinito y por tanto, inabarcable, y al final, todo el mundo, los propios investigadores los primeros, tienen la sensación de que su trabajo carece de verdadero propósito vital, y lo que es aún más importante, de que al final, no se hace justicia.

Y todo esto a qué puto viene? Como dice la juventud ahora, a la que le gusta poner intensificadores de modalidad modificando verbos, pues viene simple y llanamente a que se hace profesionalmente necesario seguirle la pista a esos ochenta mil dólares que se encontraron en la habitación del finado y del susodicho. Porque el dinero, en un sistema global donde es absolutamente imposible sobrevivir sin él, es la causa principal de los delitos, ya que se han convertido en una pasión más (ref. Capitalismo lingüístico cognitivo).

Así pues, déjense de truculentas discusiones de tipo peregrino, para alimentar el morbo de las tertulias de verano y vayámonos a la pasta, a la estructura financiera de la relación entre los dos, y sobre todo, y muy sobretodo, y principalmente, al estudio y pormenorizado análisis de la estructura financiera del finado, dentro de la cual, su niño pijín, Daniel Sancho, era tan solo una pieza más dentro del puzzle.

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