—El fiscal llama a declarar al doctor Holtz, trabajo en la sede neoyorquina de Un Mundo Feliz.

—Doctor Holtz, ¿puede decirnos a qué se dedica?

—Soy neurólogo, psiquiatra e investigador.

—¿Puede explicarle a los miembros del tribunal, con palabras que todos conozcamos, qué hace?

—Si quiere, le pongo un ejemplo con el paciente y ya, de paso, hablo de la prueba.

—Estupendo.

—Bien, en ese caso, la prueba consistía en someter a una especie de interrogatorio a la parte subconsciente del acusado. Queríamos saber si había información en su cerebro sobre cómo se habían realizado los crímenes.

—¿Y había información?

—Sí, el acusado narró al detalle los crímenes, solo una persona que haya estado allí puede conocer detalles que están escritos en el secreto de sumario.

—Usted ha dicho y, perdone si me equivoco, que para conocer ese grado de detalle hay que estar en la escena de los crímenes.

—No se me ocurre cómo podría saberlo si no. Algunas cosas si ni siquiera están en el secreto de sumario. Ha reconstruido en un puzzle todas las pistas recopiladas en la investigación policial.

—No más preguntas, señor juez.

—Tiene la palabra el abogado de la defensa.

—Muchas gracias, señoría. Doctor Holtz, tiene usted un estupendo currículum. Seguro que está al tanto de los últimos descubrimientos en las técnicas de neuroimagen.

—Sí, por supuesto.

—Por supuesto. Ya. Bueno, entonces conocerá este artículo publicado en la revista Nature en el que se afirma que no hay, a día de hoy, tecnología suficiente para identificar en un cerebro la información que es real de la inventada, soñada o imaginada. De hecho, ya de por sí, la línea entre realidad y ficción en nuestra propia realidad cotidiana es muy muy delgada, casi indistinguible a veces. Por ejemplo, papa Noel es una ficción, y me disculpan si hay algún niño en la sala.

—Sí, es cierto.

—Entonces, usted oyó lo que el hablante decía. ¿Cómo sabe usted que no estaba imaginando?

—Bueno. Esta pregunta es bastante fácil de responder. La sustancia química que se le inyectó al paciente inhibe la capacidad de inventar. Por otro lado, admitamos que se lo inventó, ¿qué tanto por ciento de probabilidad hay de que ocurra exactamente en la realidad algo que él pensó sin que él lo hiciera?

—Por qué lo pensó lo hizo. ¿Eso es lo que está usted diciendo?

—Sí, más o menos.

—¿Usted hace siempre todo lo que piensa?

—No.

—Volviendo al tema anterior. En el cerebro del acusado hay una información, pero no hay manera de saber si esa información es verdadera o deja de ser una ilusión, una fantasía. ¿Me equivoco?

—Objetivamente, no hay ninguna prueba que demuestre que lo ha hecho. Pero lo que él ha pensado ha ocurrido en la realidad.

—No hay más preguntas.

—Tiene la palabra el fiscal del distrito.

—Muchas gracias, señor juez. Me gustaría insistir en una cuestión. ¿Se le hicieron alguna vez preguntas directas del tipo cometió usted los asesinatos?

—Sí, el acusado narró todas las historias en primera persona, decía yo hice cuando, por ejemplo, le preguntábamos y después qué hiciste.

—No más preguntas.

—Señor abogado de la defensa, tiene usted su turno.

—Sí, una última puntualización. Usted diría, desde su opinión, la de un profesional, que el que ha cometido los crímenes es un sicópata, ¿no es así?

—Sí, es un sicópata.

—Si no me he documentado mal, los sicópatas no sienten emociones.

—No, no las sienten. Digamos que no sienten empatía por el otro, no saben ponerse en el lugar de los demás.

— ¿Hay manera científica de demostrar que alguien no siente empatía por el otro?

—Se está trabajando en esto…

—Perdone, que le interrumpa. Voy a reformular mi pregunta, ¿existe una prueba con un 100% de acierto de que la persona es sicópata?

—No, cien por cien, no.

—Una última cosa. Me gustaría diferenciar entre el “yo hice” de la fantasía mental y el “yo hice” de la realidad real. Solo en este caso se puede interpretar que el acusado confesó los crímenes bajo los efectos de la droga. ¿Habría alguna manera de diferenciar entre una cosa y otra?

—En principio, ya he dicho que no, pero por sentido común…

—Gracias, doctor Holtz. No más preguntas señor juez.

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