De la serie de Rapa, hay algunas cosas interesantes que destacar. La primera de ellas es el afán investigador que, en la sociedad que vivimos, se coarta en las personas, pero que, sin duda, está presente en todos nosotros, en mayor o menor medida, pero está como una fuerza motora empujada por la curiosidad y el placer cognitivo. Esta fuerza tractil coartada, reprimida, como decimos, por una sociedad en la que estamos obligados a traducir en dinero nuestro trabajo para poder acceder a los recursos, se despierta en el profesor de Lengua y Literatura de un instituto de secundaria de provincias. Un hombre sin vocación pedagógica, desengañado, separado de su mujer y de su hijo, que tiene la sombra de la muerte soplándole en la nuca, y al que la vida le pone en una circunstancia que le hace re-encontrarse con su verdadera naturaleza, que le reconcilia con una potencialidad que estaba agazapada, escondida, reprimida, y que le vuelve consciente de que, quizás, su inteligencia está más que desaprovechada en el trabajo que el sistema tenía reservado para él, como para todos los que estudian humanidades, o tienen formación en letras, y que sienten que pueden dar más, pero el sistema los encajona en un sitio que no es acorde con sus altas capacidades y su sensibilidad para percibir el mundo y la vida, procedente de esa biblioteca casi infinita que inunda todos los rincones de su casa, hasta el dormitorio, libros, libros, libros y más libros, hasta tal punto que uno podría preguntarse, ¿tantos libros para qué? Si al final… En fin.

La segunda cosa a destacar es que una serie de crímenes donde el espectador sabe quién es el asesino antes que los propios investigadores, y que desde la posición que antes ocupaba el narrador omnisciente, va asistiendo a los pasos que en un sistema como el nuestro van dando las fuerzas de seguridad del estado. Vemos cosas curiosas, como el papel de la UCO que acude allí donde el nivel de la policía no es muy alto para aportar altura intelectual al cuerpo y resolver crímenes complejos, que no ocurren normalmente en las zonas alejadas, y que el estado no invierte para crear cuerpos de elite en todas las zonas de España por igual. Vemos una UCO que lee los comentarios sociales en las redes, un asunto que siempre nos habíamos preguntado, aquellos que investigan crímenes desde su casa.

Y ya hilando con esta idea, y con la del primer párrafo, sí, de nuevo, se recupera aquí una figura que en la Revolución Invisible tendrá un papel fundamental, que es la iniciativa ciudadana y su participación consciente, su implicación, en asuntos de los que el sistema estatal y privado te aparta, por no ser de tu incumbencia, en una sociedad donde las competencias están divididas, en un sistema hiper especializado, donde cada uno supuestamente, debe ocuparse de su pequeña piececita de trabajo y despreocuparse de todo lo demás. Sí, el profesor de Lengua y Literatura de ESO representa aquí a una ciudadanía pujante, que investiga desde su cosa, de forma outsider y alternativa, esta ciudadanía va a ir cobrando cada vez más protagonismo a lo largo del siglo XXII, sobretodo cuando la democracia electrónica comience a utilizarse de forma asidua.

Por último, pero no más importante es el asunto del final de la serie. No es una serie de crímenes hecha para detener a los malos. La asesina sale indemne, y vuelve a poner el foco en la dificultad no solo para resolver crímenes, aún hoy en día, con todos los medios a nuestra disposición, sino para armar un caso sólido, con pruebas irrefutables, que puedan condenar a esa persona.

Pero por otra parte, más allá de que la serie pueda o no tratar el tema de la justicia, nos encontramos con una asesina con la que el espectador se pueda llegar a solidarizar en cierto momento. Una mujer a la que el poder le ha roto las expectativas de vida, una mujer a cuya familia, por no ser nadie, se le ha humillado, y sobre la que se ha abusado, como pasa siempre, como viene sucediendo desde que el mundo es mundo, donde los poderosos se aprovechan de la posición débil de los desposeídos, echándoles la culpa de sus errores, porque ellos tienen una vida importante, y los demás están allí, a su servicio, para tapar sus oscuridades, menos mal que hay una cantidad ingente de pobres de las que los ricos y poderosos se puedan servir a granel y a gusto del consumidor. Es muy importante por tanto, como veremos en el análisis de la película El Buen Patrón, que la estructura no se altere, que el orden establecido no cambie en su estructura profunda, para que estas cosas puedan seguir ocurriendo.

Tenemos pues una mujer, sola, que realiza un acto de violencia, un acto subversivo, que se toma la justicia por su mano, puesto que nadie, nadie, la ayudaría a restablecer la justicia por los cauces legales. Es la violencia aquí un instrumento para restablecer el equilibrio, igualar el poder, entre ella, que es una mindundi, y la cacique, que tiene a casi todo el territorio que gobierna bajo su mando.

El segundo asesinato, es como dicen los investigadores, un acto de poder. Ella ya ha matado y no ha pagado por la responsabilidad de su acción. Y ahora, el marido maltratador de su amiga, de nuevo, se agarra a la estructura de poder patriarcal para hacer y deshacer a sus anchas, sin que nadie le ponga coto. Ya se lo dice el profesor al vecino: pues sí que tiene que ser importante su vida como para asistir al maltrato de una mujer por un hombre y no llamar a la policía, y no hacer nada.

Nada. Como nadie hizo nada cuando acusaron de violación al hermano drogadicto de la asesina y lo metieron en un reformatorio. Nadie hizo nada. Incluso el policía local, amigo de la investigadora, estaba en el ajo, era cómplice y connivente, con esta reverencia que se le tiene siempre al patrón, a la patrona, o a aquel con el que se desarrolla una relación paterno-filial, como en El Buen Patrón, y en la que el hombre normal, mediocre, el don nadie, que sabe que lo es, en lugar de sacar eso que Nietszche llamaba ‘el súper hombre’ que todos llevamos dentro, se siente, sin embargo, acogido y protegido por el paraguas de poder, y en lugar de saltar a la intemperie, es mejor quedarse al resguardo de la sombra de un árbol, dentro de un desierto con un sol atronador.

No es esta una asesina de serie, de libro, una malvada per se, sin razón, ni motivo, no. Es una asesina que pretende restablecer con sus propios medios su propia versión del orden, del equilibrio, de la armonía social. Poder tiene la cacique para matar indirectamente a su hermano y destrozar su familia. Poder tienen ella para hacer lo mismo. Moucho, a la entrada del juzgado, le espeta a la asesina: ¿por qué a ella? ¿qué culpa tenía? Queriendo indicar que al fin y al cabo, había sido él quien había cometido el error. Y esta le dice: Toda, culpa toda.

Quien a hierro mata, a hierro muere. Esta ley del karma no siempre se cumple, es más, la mayoría de las veces, en las sociedades modernas de hoy en día, la responsabilidad de los malos actos está tan diluida, que es casi imposible depurar responsabilidades, tal es el entramado complejo de acciones y de actores que median entre la idea y el acto. Sin embargo, en esta serie, parece que así se cumple, ¿o no?

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