El señor Richard Cottingham fue detenido, acusado y condenado a prisión, y durante la mayoría de este tiempo no abrió el pico, como se dice vulgarmente.

Cuando The Torso Killer llevaba 30 años en la cárcel accedió a ser entrevistado por la periodista Nadia Fezzai, y fue en este intercambio comunicativo que la masa pudo acceder a lo que este señoro tenía en mente.

¿Y qué fue lo que vimos al otro lado de la ventana?

Vimos acaso un dechado de virtudes, un amor a la humanidad, un ser iluminado ejemplo de evolución espiritual de la especie?

Vimos acaso un universo divertido de imaginación, entretenido y lleno de inventos que pueden hacernos la vida mejor?

Vimos acaso un mundo de conocimientos científicos inexplorados hasta la fecha?

Qué más quisiera el señor R.

Y qué más quisiéramos nosotros o nosotras o nosotres, que de cualquier forma se puede decir, porque aquí, en este blog, somos neutrales respecto de esta cuestión, y usaremos estas tres formas de manera equivalente.

Lo que el asesinto de Times Square nos dijo nos dejó fríos.

Fríos de indiferencia. Sí.

Fríos como su miembro penetrando en las aterradas vaginas de las trabajadoras del sexo a cambio de dinero.

Violación, tortura y asesinato.

¿Se puede ser más original?

Si los matemáticos no hubieran descubierto el concepto de infinito, habría que inventarlo para dar cuenta de la infinidad de veces a lo largo de la historia de la humanidad que este patrón de comportamiento de los hombres se ha repetido de forma incesante, como las lluvias del norte. Y es que desde el momento en que el mal vuelve a penetrar en el alma del ser humano después de La Gran Catástrofe sembrando la semilla de La Estructura Faraónica, la humanidad no ha levantado cabeza.

Para los que no han visto el documental de NetFlix sobre este crimen, esta versión oscura de Papá Noel nos explicó el placer que sentía al comprobar que otro ser humano, y en concreto, una mujer pudiera hacer todo lo que él quisiera, absolutamente todo lo que él quisiera; y para guinda del pastel, nos habló del subidón de adrenalina que él experimentaba al ser consciente de que el destino de una vida, (aposito yo: que es lo más grande que Dios o el Universo nos ha conferido, la existencialidad), estaba en sus manos, y de él dependía si esa mujer vivía o moría.

Uff.

Tanto que decir. Tanto que analizar.

Que no sé si me va a dar la mañana para todo.

Continuaré esta tarde.

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