A José Bretón no se le cayó la cara de la vergüenza en ningún momento durante todos estos años, ni antes, ni durante, ni después del juicio, al afirmar y recontra-afirmar, que dirían los argentinos, que él era inocente; es más, en ciertos momentos, seguía manteniendo la teoría, o delirio, o fantasía, de que alguien se había llevado los niños, y de que él sentía que seguían vivos; alimentando la esperanza de aquellos optimistas empedernidos, agarrándose a los puros de corazón, y a su ingenuidad, apelando a los racionalistas de las dudas razonables, invocando a los posibilistas, que procrean en su imaginación miles de mundos posibles.
Y, entonces, ¿ahora? ¿por qué habla abiertamente de lo que ha ocurrido? Mientras que antes podría suponerse que, por mor de poder mirar a sus padres a la cara, él no podía confesar el crimen y que su madre le mirara y le dijera con los ojos que había matado a su descendencia, a sangre de su sangre, que había cortado el árbol genealógico sin ninguna razón racional aparente…insisto, mientras que antes esto, ahora, ¿qué?, ¿qué se supone que podemos presuponer? ¿Por qué antes no, y ahora sí?
No hace falta ser el más listo de nuestro pueblo, para lanzar a bote pronto algunas hipótesis. Habida cuenta de que Instagram está invadido de vídeos sobre narcisismo y personalidad psicópata, y, habida cuenta también de que tú, como yo, como el vecino de al lado, ha visto los imprescindibles del True Crime, sabemos cuán gordo se le pone el ego a estos perfiles con solo saber que van a trascender a la historia de la humanidad gracias a sus hechos. Mientras que tú y yo moriremos y nos fundiremos en el mar como si nunca hubiéramos existido. Nadie se acordará de ti ni de mí cuando hayamos muerto, pero ahora, sí que se acordarán de Bretón, porque un libro le ha llevado en una nube de algodón al Parnasso.
Desde un punto de vista jurídico, ya a nivel profundo, la discusión no es baladí. Se produce aquí una colisión de derechos fundamentales, el de libertad de expresión versus derecho a la intimidad, al que se le añade el fenómeno de revictimización, que hacen que la cuestión sea compleja a nivel moral.
La publicación de este trabajo sería incuestionable si aportara alguna novedad en el terreno de las ciencias del crimen, si lograra avanzar este campo y, gracias a sus novedades, se consiguiera en el futuro evitar posibles asesinatos. Pero, ¿lo hace? ¿El conocimiento codificado en el libro es imprescindible y necesario para el curso de la humanidad hacia un mundo utópico? ¿O en realidad, estamos tratando con las partes más pudendas de la condición humana?
Por otro lado, y cambiando un poco de tercio, existe una masa de gente cualificada y no cualificada en foros, que se reúne virtualmente allí, para analizar crímenes a golpe de información que publican los medios, muchas veces filtrada, otras, directamente inventada, para ganar dinero con el tráfico de internet. Quizás sus ansias de saber y comprender podrían saciarse si los sumarios, una vez que los casos han sido juzgados, se convirtieran en información de dominio público, a fin de que los investigadores no oficiales, los estudiantes de criminología, los académicos, tuvieran información de primera mano para elaborar, a partir del sumario, lo que se llaman obras derivadas.
Y sin embargo, la ley prohíbe al ciudadano común el acceso a esta información, con el fin de proteger, precisamente, a las personas implicadas en los casos; y no es hasta que transcurra un período determinado de su muerte, que esta información puede estar disponible para la sociedad si así se solicita.
Se pone aquí de manifiesto una contradicción muy palpable. ¿Por qué el escritor del libro, estando aún los implicados vivos, como por ejemplo, la madre de los niños, puede vulnerar sus sentimientos accediendo y publicando información de primera mano y nosotros, no? ¿Qué categoría de ciudadano tiene él para poder hacerlo que el resto no tiene? ¿Dónde pone que los escritores, por el hecho de decir que escriban libros y estar auspiciados por una editorial oficial tengan el derecho o el privilegio de hablar de este caso y el resto, no?
¿Quién le dio permiso a este escritor para grabar a Bretón? ¿Cuál era su finalidad? ¿Ganar dinero o hacerle un bien a la sociedad?
Y lo que es más sangrante. Se suele decir que cuando una persona comete un crimen tan atroz, el estado le recorta sus derechos, como por ejemplo, el derecho a la libertad de movimiento, y por eso es que se le recluye entre cuatro paredes. Pero a mí me surge una pregunta. ¿Tiene Bretón derecho a generar discurso sobre el crimen? El solo hecho de darle palabra, es darle la oportunidad de generar hegemonía discursiva en torno a su punto de vista. Se le da el derecho a Bretón de lanzar a la sociedad su subjetividad, y el que tiene la palabra tiene el poder. Y ahora Bretón tiene el poder de la palabra.