De lo poco que conocemos de la cotidianidad de los personajes de esta historia, sabemos que días antes del crimen, M.A., el marido de M., le había pedido que fuera a la casa a poner las fundas, porque él no sabía hacerlo.

Este detalle ha pasado completamente desapercibido, salvo para algunos cuantos internautas, quizás porque el patriarcado naturaliza algunos hechos de lo ocurrido, haciéndolos pasar como completamente normales y cotidianos, cuando en realidad no lo son.

M., de la que hablaremos más tarde en M. de mis amores, siempre se ha deshecho en halagos hacia su difunto marido y padre de su hija. De una de las últimas entrevistas más completas que dio a los medios de comunicación, se puede deducir claramente que se culpa a ella y solo a ella de haberse ‘cansado’ de M.A, y que este era un ‘buenazo’, que nada tuvo que ver con su ‘cabeza loca’, a la hora de enamorarse de otro hombre, que a la vista está, era más joven y más apuesto, y quién sabe qué cosas íntimas más justificarían esta elección.

Sin embargo, a nadie que haya estudiado la realidad desde una perspectiva de género, se le escapa que M., consciente o inconscientemente, porque esto, desde aquí, nosotr@s nunca lo podremos saber, está ‘adaptándose’ a la imagen que se espera que se tenga de ella.

Nos referimos a esta imagen de salvar al fallecido de toda culpa y pecado, de limpiarlo moralmente y dejar su corazón blanco como una patena, y echarte esa suciedad que has limpiado a ti por encima, por todo el cuerpo, para que todo el pueblo te vea sucia y te juzgue justo como te ha juzgado, como una mujer pecadora, cabraloca y culpable de ser infiel a su marido, con otro más joven, más apuesto, y repito, quién sabe qué íntimas cosas más.

Pero nosotres no somos así. No vivimos encerrados en una mentalidad sofocante de un pueblo del Sur de España. Aunque nos responsabilizamos de ella, no arrastramos la deuda histórica que le lleva a estar en un conflicto constante a punto de estallar entre modernidad y barbarie.

Pasó con el caso Chavero, donde una mujer en la cuadragésima edad, divorciada, tenía relaciones más o menos esporádicas con hombres menores que ella y de la que las mujeres mayores del pueblo comentaban por lo bajini este asunto de la liberación sexual con aire reprobatorio. Y pasa y sigue pasando en el caso Almonte, en el que no sabemos si M. es culpable o no de asesinato, pero sí queda claro que M. es culpable de algo mucho peor, del modo en que ha gestionado su conducta sexual, y esto es imperdonable, y es por eso que se ha tenido que ir del pueblo, no por asesina, sino por mala y por puta, puta mala o mala puta, que todas las combinaciones seguramente hayan sido articuladas, porque ya sabemos la creatividad léxica que se pueden gastar en determinados mentideros cuando la poderosa energía mental del ser humano deja de usarse para fines nobles, altos y altruistas y se emplea bien a fondo en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.

Pero hay otra verdad a la que la mentalidad de pueblo, estrecha y obtusa en sus principios morales, no puede acceder y que se evidencia en este detalle tan simple, tan nimio, tan asquerosamente cotidiano, como es el de las fundas del sofá.

Y ahora, volvamos al siglo XXI, y expliquémosle la situación a un milenial, y lo haríamos tal que así:

Una mujer se casa con un hombre mayor que ella y con el tiempo tienen una hija en común. Con el paso del tiempo también, ella se desenamora y quiere vivir nuevas experiencias. Se enrolla con uno del trabajo, y, tras muchas dudas e inseguridades, abandona definitivamente la casa común, y como mujer independiente desde un punto de vista económico que es, se alquila un piso y estrena su nueva vida. Por su parte, el marido es un ser humano independiente también, al que se le conocen aventuras más o menos pasajeras con mujeres casadas del pueblo.

Bajo este marco de igualdad, la pregunta es muy simple: ¿a cuento de qué M.A. se atreve, mejor decir, osa a pedirle a M. que acuda a su casa, como si fuera su chacha, su esclava, y solicitarle que, gratis, le haga tareas de su casa, que él, como un ser autónomo y responsable y adulto que es, debería saber aprender a hacer? ¿No podía consultar en internet acaso cómo se hacía?

¿Cómo se le hubiera quedado el cuerpo a M.A. si M. le hubiera pedido que fuera a su nueva casa a lavarle los platos, las toallas y a dejarlo todo correcto con la excusa de que su hija iba a vivir en esa casa al menos una semana sí y otra, no?

Nadie hubiera comprendido que M. le pidiera servicios de limpieza gratuitos a su ex-marido. ¿Y por qué M.A., que en gloria esté, se tomaba la libertad de hacerlo? ¿Era acaso él un rey al que servirle con pleitesía eternamente y M. una campesina en la Edad Media sometida a relaciones de vasallaje?

Sí, aunque M. haya dirigido todo su discurso machista hacia F.M., ya explicaremos en otro post por qué, a nosotres nos queda claro y meridiano que M.A. arrastraba a M. hacia su esfera de poder, haciéndole sentir culpable por su desamor e imponiéndole, de forma inconsciente probablemente, esta disciplina de someterla a las tareas de su hogar, como una forma de castigo por su inmoralidad.

No. M.A. no era un santo. Sabemos que M.acudió a la casa con su madre a cambiar las fundas de los sofás. De nuevo, en un intento de ‘dejar las cosas claras’, pero a la vez, de nuevo, de movilizar a las mujeres para hacer tareas que él, como ser adulto y responsable que es para trabajar en el Mercadona, para cuidar de su hija, y para tener relaciones sexuales esporádicas, REPITO, con MUJERES CASADAS (¿estaba acaso Francisco Medina casado?) debería haber abordado él.

Y ahora es donde la cosa se pone interesante. Porque es ahora cuando surge la pregunta que todxs nosotres nos estamos haciendo y que es la siguiente:

¿Cuánto tiempo esto estaba siendo así?

Es decir, ¿cuántas veces tuvo Marianela, que trabajaba igual que él, en el Mercadona, insisto, cuántas veces tuvo que ir a esa casa que había intentado abandonar pero que no había podido, a cambiar las sábanas, a hacer las camas, a las fundas de los sofás, a llevar a la niña al médico para aquello de la piel atópica, a recoger la casa, sí, cuántas veces?

Algunos internautas han señalado que les parece un detalle muy raro que el día después del crimen, M. fuera a la casa de su marido y dejara en el recibidor un paraguas y unos calcetines, y que no subiera a dejarlos.

Solo existen dos razones por las que M. no quisiera subir. Pero de esto hablaremos ya en otro post.

Qué es BTC:

BTC es un producto de ficción criminalística que está en desarrollo y que se presentará como tema de investigación en el Trabajo de Fin de Máster del doble grado de Criminología e Ingeniería informática de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, de la cual la autora es alumna.

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