No hace falta leerse el libro de Mujer contra mujer, ni ser antropólogo, para darse cuenta de que la mujer, por el simple hecho de serlo, siempre suele estar en el punto del juicio moral por parte de la sociedad.

Deborah Tannen, la lingüista que estudió ‘las cosas del género’ a la hora de hablar, ya señaló que, para los hombres, si las mujeres preguntaban, era porque eran inseguras y no porque tuvieran curiosidad, y que si las mujeres terminaban en el contexto laboral las frases con el marcador del discurso ¿no? no era porque estuvieran buscando el consenso y conciliar puntos de vista, sino porque una vez más, eran inseguras y tenían un problema de asertividad, o al menos, así era interpretado por los hombres en las reuniones de empresa, según sus estudios.

¿Y qué tiene que ver esto con Marianela? Pues todo y nada a la vez.

De Marianela, sabemos muchas cosas más que de Francisco Medina. Ha tenido mucha más exposición y se le ha puesto en la picota con y sin razón, al mismo tiempo.

Hasta tal punto es así, que los foros de debate, así como la literatura de investigación que se ha escrito sobre el caso Almonte, están divididos entre marianelistas y antimarianelistas.

Es más, a la detective Borg por el hecho de usar lenguaje no binarie, se le ha puesto del lado de Marianela, sin comerlo ni beberlo, como si ser inclusivo te colocara automáticamente y por defecto de su lado, cuando aquí, ya hemos dicho por pasiva y por activa, que no nos casamos con nadie, ergo tampoco con Marianela.

Marianela de mis amores desde un punto de vista estrictamente investigativo tiene sus luces y sus sombras y no lo vamos a negar. Aunque reiteramos que no podemos apoyar la campaña política que se ha hecho contra ella, ni mucho menos a esas mujeres del pueblo que la tachan de puta para arriba, porque una cosa es una cosa, y otra cosa es… otra cosa.

De Marianela sabemos que estuvo en el punto de mira de los investigadores desde el minuto uno. Y que hay ciertos comportamientos, señalados por Caraballo en su libro, que a priori, pueden resultar sospechosos.

Se dice que antes de que se entrara en la casa de las víctimas y se descubriera el atroz asesinato, ella ya andaba diciendo que Miguel Ángel había matado a su hija y se había suicidado. Sin saber nada. ¿Intuición? ¿Amor de madre? ¿Mal presentimiento? Puede. Es posible.

Se sabe que el fin de semana de marras acudió a la casa y que, a pesar de tener llaves y de que no le contestaban al teléfono, dejó los calcetines y un paraguas en la entrada. ¿Normal? En parte sí, porque ella estaba sentando las bases de su separación y supuestamente, ella ya tenía otra casa, pero, ¿no llamar ni siquiera al telefonillo para avisar de que había dejado allí las cosas? Ese malestar que ya se le estaba acumulando en las tripas…

Algunos han mantenido la hipótesis de que el asesino volvió para hacer la cama de la niña pequeña. Si esta teoría fuera cierta, este detalle tan asquerosamente cotidiano eliminaría de un plumazo a Francisco Medina como sospechoso del crimen, puesto que cuesta imaginarse a Francisco Medina haciendo su propia cama, como para imaginárselo preocupándose por el orden y el aspecto de una casa que odia y que no es suya, y donde acaba de cometer una entropía de sangre y por lo que van a pensar cuando entren los seres queridos de las víctimas y descubran ‘el percal’.

Y no es que hacer camas sea propio de las mujeres de forma innata, pero oigan, esto es Almonte, y ya sabemos quién le ponía las fundas de los sofás a Miguel Ángel, y no es arriesgado afirmar que quien probablemente haga las cosas del hogar en la casa de los padres de Medina sea la matriarca de la familia, para su niño bonito, que nunca dejó de ser su bebé.

Se sabe que tras el crimen, la poli sometió a intensas escuchas a Marianela y a su novio, bajo la hipótesis de que se habían querido quitar de un plumazo el pasado de ella, dejarlo atrás, y estrenar esa relación como la primera página en blanco de una libreta nueva sobre la que escribir el guión de una nueva vida.

Y por todos es conocido que los investigadores pasaron largas horas de aburrimiento supino escuchando conversaciones anodinas de una pareja de lo más normal, tirando a sosa, incluso para los convencionalismos del lugar.

En los primeros tiempos, Marianela juró y perjuró que su amante no había podido cometer el crimen, porque ella le había visto en el Mercadona. Primero dijo que salió con él, supuestamente; luego dijo que le vio afuera; y luego, tras una sesión de hipnosis, terminó diciendo que no, que finalmente no lo vio. Y fue de esta manera que la policía ya encontró banda ancha para acusar a Medina y crear esas cronologías imposibles jugando a placer con los tiempos, para que todo les cuadrase a conveniencia.

No es de extrañar que el periodista Caraballo estuviera más cabreado que un mono, porque no hay rigor forense ni científico que aguante estos bandazos en la información, que en un caso, a pesar de ser dinámica, debe guardar cierta coherencia y solidez, si quieres luego convencer a un jurado.

Pero ya el remate del tomate vino cuando salieron a la luz las conversaciones entre Marianela y sus ‘asesoras’, donde estas le aconsejaban que se distanciara de Medina como estrategia de defensa, o, de lo contrario, ella podría ir también ‘pal’trullo’, y esto ya supuso el acabose.

Ahora Medina era el peor de los ogros, parecía sacado de la primera versión de la recopilación de leyendas orales que hizo Hans Christian Andersen, antes de que se la censuraran y pasara a ser un libro de cuentos para niños, pero no, nunca lo fue (léase La Historia Invisible de la Humanidad, para más info).

Que luego resulta que Marianela se cabrea en el juicio porque le preguntan si salía a bailar salsa con las amigas o no. A ver, que así, a bote pronto, suena machista, pero ella tiene que comprender que ella dijo diego donde antes había dicho digo, y que es normal desconfiar, y es normal también que se critique que se haya visto este crimen como un crimen de género, cuando aún está por demostrar si lo fue o no.

Que cuando le pregunta el señor de Territorio Negro a Marianela que si está cien por cien segura de que Medina, su ex-amor, por el cual lo dejó todo, es el asesino, ella dice que sí, porque la policía así se lo ha asegurado; y quizás seamos muy perraques, pero es inevitable pensar que a ella le conviene que se siga teniendo a Medina en el punto de mira, interesadamente, porque aunque ella no haya sido, ni por activa ni por pasiva, siempre es mejor no volver a ser investigada y empezar de nuevo este desagradable proceso de tener que justificarlo todo de nuevo.

Alguien podría contra argumentar que el feminismo es un proceso de despertar dentro de la mujer educada en una estructura patriarcal, un camino que, sin duda, ella ha recorrido, y que a pesar de que ella se autodefiniera en una entrevista como una mujer con mucho carácter, no sería la primera y la última mujer que poco a poco se va sometiendo a la dominación masculina (Pierre Bourdieu mediante) sin darse cuenta, con tal de que su amor estuviera contento, complacerle, hacerle feliz regalándole sumisión como una metáfora de su amor.

Y, como decimos, todo es comprensible, explicable, asimilable y verosímil. Si nadie dice que no.

De hecho, a estas alturas, se puede afirmar que Marianela ha cambiado mucho, ya no es la chica que buscaba un príncipe azul y que tenía una nube de fantasía de amor en la cabeza que Miguel Ángel no podía satisfacer. A esta adolescente que vivía en un sueño de amor como si fuera un personaje de Quién mató a Laura Palmer, de David Lynch, la realidad real le ha dado un hostión de consciencia que la ha convertido en un ser más estructurado, más consciente de sí mismo y del lugar en el que se encuentra, y por qué no decirlo, además claramente ha potenciado cualidades intelectivas que tenía ocultas y en las que, sin duda, Miguel Ángel, que sería lo que fuera, pero era un tío culto e inteligente para la atmósfera en la que creció, supo ver en ella.

Las malas lenguas dicen que pudo haber contratado a terceros para quitarse de en medio a su marido, y que el asesinato de su hija fue un ‘error’ que no estaba en el plan. Pero esta hipótesis es realmente descabellada, casi anti-sociológica, puesto que si ella hubiera mandado a un tercero, lo habría hecho mientras su hija estuviera con ella, ya que conocía al dedillo las rutinas de su marido, como las de su hija, porque eran sus propias rutinas, y es realmente muy costoso de procesar esta hipótesis, y para estas cosas, hay que sacar la navaja de Ockham, que nunca falla.

Et voilà! Aquí estamos de nuevo, metidos en una espiral que nos devuelve al mismo punto, como los dibujos de Escher.

Nadie duda de que este crimen es un crimen de primer grado de separación, pero luego, ninguno de los sospechosos, por hache o por be, cumplen las expectativas de las hipótesis más factibles.

Y es por eso que quien quiera descubrir quién fue el asesino del crimen de Almonte deberá hacer borrón y cuenta nueva y volver a empezar, desde cero, con la mirada limpia y la red neuronal, vacía.

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