—La defensa llama a declarar a la testigo Rosa Gonzálvez Eresma.
—Hola, Rosa, ¿podría explicarle al jurado cuál es la relación que le une al doctor?
—Trabajo para él. Soy su asistente, su secretaria. Además, le quiero como a un hijo.
—¿Por? No he conocido a nadie que quiera a su jefe como un hijo.
—Lo entiendo, él es único. Me gustaría que hubiera sido mi hijo. Por eso le quiero, y sueño que lo es, aunque en el fondo no lo sea.
—El juez ha dictaminado que los tres primeros asesinatos se produjeron entre las diez y las once de la noche. El acusado anteriormente ha declarado que estuvo las tres noches en fiestas de cumpleaños en su casa.
—Es correcto. Estuvo conmigo.
—Recuerda ¿qué regalos llevó?
—Sí, claro. Un ábaco, un caleidoscopio y un cubo de Rubik. El doctor es muy detallista y quiere mucho a mi familia.
—¿Qué hizo el doctor? ¿Lo recuerda?
—Jugar con los niños, comer, bailar, lo que se suele hacer en estas barbacoas.
—No más preguntas, señor juez.
—Tiene la palabra el fiscal del distrito.
—¿Cuántos hijos tiene, Rosa?
—Irrelevante.
—Denegada. Siga, por favor.
—Cinco.
—Son unos cuantos, ¿y no le pasa a usted que se confunde con los nombres?
—Irrelevante.
—Denegada. Prosiga.
—Sí, sí me pasa.
—Antes usted ha dicho que quería mucho al doctor.
—Sí, es verdad.
—Como a su propio hijo, ¿no era así?
—Sí.
—Bien. Solicito al juez que se admita esta prueba.
—Protesto, señoría. Ha tenido tiempo de presentarla antes.
—Se nos ocurrió ayer.
—Acérquense.
—¿De qué es la prueba?
—Son los vídeos de las tres fiestas de cumpleaños. En ninguna aparece el acusado. Ni siquiera cuando en el cumpleaños apagan las velas.
—Decreto un receso de diez minutos (juez).
(…)
—Está bien. Queda admitida la prueba. Continúe con su turno, señor fiscal.
—¿Cómo explica que no aparezca el doctor en ninguno de los vídeos?
—No tengo ninguna explicación. O casualidad o mi cuñado que siempre graba a los suyos.
—O puede ser que le esté encubriendo.
—Protesto, señoría, inferencia no lógica, de lo primero no se deduce intrínsecamente lo segundo.
—Denegada.
—Puede ser que no estuviera, por eso no lo vemos.
—Protesto.
—Denegada.
—¿Estuvo todo el tiempo con él en las tres fiestas?
—No.
—Si tuviera que sumar el tiempo que pasó con él, entre ratito y ratito, ¿cuánto tiempo diría usted que estuvo con el acusado?
—Una media hora.
—¿Cuánto tiempo pasaba entre un rato y otro?
—No lo sé.
—Haga un esfuerzo.
—¿Cada 35 minutos?
—Y luego, ¿a qué hora se fue a dormir?
—Yo me fui a dormir sobre las once, abajo se quedaron los jóvenes, yo ya no estoy para muchos trotes.
—¿Y cuándo le volvió a ver?
—A las 3 de la tarde del siguiente día. En el trabajo. A ninguno de los dos nos gusta madrugar, ¿no es genial que no estemos obligados a hacerlo?
—Que quede constancia de que entre las horas antes mencionadas nadie vio al testigo. Además quiero enseñar al tribunal la prueba 13, aquí se dice que ningún invitado recuerda haber estado con él esa noche. Todos saben que estuvo, pero ninguno habló con él, salvo las presentaciones y palabras sueltas.
—Protesto, señoría. La prueba de las declaraciones de los que asistieron a la fiesta muestra que no recordaban la conversación, pero sí recuerdan que estuvo allí.
—No estoy de acuerdo, señoría. Sus comentarios son vagos e imprecisos, y algunos contradictorios. Y, además, se parecen mucho de una fiesta a otra. Es un caso claro de encubrimiento y tengo el derecho a demostrarlo con pruebas.
—Denegada.
—Usted ha dicho que le quería como un hijo. El año pasado usted mandó a Latinoamérica una media de 1500 dólares al mes. La mitad de su sueldo. Esto es mucho dinero para la región de la que usted procede. Usted le verá como un hijo, su familia, sin embargo, lo querrá como a un padre, aunque no tenga nada que ver con él. Por eso no hablaron con él. El doctor Roger, el papá Roger, don Roger, el patrón, es la presencia que siempre se da por supuesto. Dieron por supuesto que estaba y contaron obviedades. Esta mujer junto con su familia está encubriendo al acusado. ¿No es así señora? ¿Usted está encubriéndoles? Una madre haría cualquier cosa por su hijo. ¿Le encubriría si lo fuera?
—Sí, le encubriría. Tengo que decir la verdad. Lo quiero demasiado. Pero él estuvo en la fiesta.
—No más preguntas, señor juez.