Querido lector, soy el narratario, esta fea palabra que la Teoría de la literatura se ha inventado para denominarme. Me explicito para avisarte de que volvemos al tiempo en que empezó la novela, el descubrimiento del cuarto cadáver. A partir de ahora ya no te confundiré con el tiempo de narración; de ahora en adelante, la trama rosa, que se contaba de atrás adelante, y la trama negra, que se contaba de adelante a atrás se fundirán en una narración cronológica al uso.
Volvamos al punto en que la detective había detenido al acusado, tratando de evitar el último crimen. Es obvio que la policía sabía que la próxima víctima podía ser el director de tesis. Por tanto, todos los ojos del FBI estaban concentrados mirando a esta persona. No obstante, como sabemos, las presiones en este sector son demasiado fuertes, lo cual hace que, en ocasiones, los mismos jefes o detectives inventen planes maléficos para atrapar antes al asesino. En el caso de esta historia, no podía ser menos. El jefe de la detective Krahmer estaba que se subía por las paredes. Este era un caso evidente, claro, meridiano desde un punto de vista lógico; y, sin embargo, no poseían ni una sola prueba material con la que poder llevar a juicio al acusado. Por eso precisamente habían tomado dos decisiones, el plan A y el plan B. El plan A consistía en ofrecerle al director de tesis la posibilidad de colaborar. No cabe duda de que más de uno, queridos lectores, muy educadamente habrían declinado la oferta. Pero este no fue el caso de nuestro querido director de tesis, al que tantos beneficios le había reportado en la vida, y sobre todo en la universidad, ser un sumiso usuario del sistema. Su frase favorita, esa que se repetía siempre que se desorientaba mínimamente en los ambientes nuevos era: Hay que chuparle el culo al superior y chuparle la sangre al inferior. De acuerdo con este enunciado, la policía representaba una institución superior, con lo que le tocaba, y él lo sabía, chupar el culo. Y eso fue exactamente lo que pasó. Este señor aceptó cordialmente ayudar a las fuerzas del estado en una tarea demasiado heroica para un hombre tan pequeño como él. Cierto era también que todos los ojos estaban puestos sobre él, y que, en principio, no había nada que temer. El lector pensará en estos momentos que es un plan demasiado incoherente, y verdaderamente sí que lo es. Poco verosímil, para ser más exactos, pero no es mi competencia cambiar el orden y la naturaleza de los hechos, sino narrarlos desde mi punto de vista, ya que para eso soy el narratario. Así que, para no alargarles el cuento, el director de tesis se bajó de un coche unas cuadras más atrás y se acercó andando al Kalifornia’s el día y a la hora señalados. Adentro le estaban esperando. Al llegar a la puerta, entregó su invitación y le enviaron a una sala. Entró en ella y las luces se apagaron. Es justo recordar en este momento, y no es que quiera ser partidista pero lo voy a ser, que Roger se encontraba retenido en comisaría leyendo un libro de cuyo nombre no quiero acordarme. Perdonen la polifonía, pero es que es inevitable. Volviendo a la historia principal, las luces se apagaron durante veinte minutos. Lo más interesante del caso es que no solo se apagaron en el Kalifornia’s, sino que también lo hicieron en todo el barrio. La cosa, a partir aquí, empezó a cobrar una dimensión mayor. El FBI tardó veinte minutos en reaccionar. Esto quiere decir que, desde que se apagó la luz, hasta que una cuadrilla de GEOS con infrarrojos llegaron a la sala de la víctima, pasaron veinte minutos. Cuando los GEOS abrieron la puerta y miraron dentro de la habitación, no encontraron nada. El director de tesis había desaparecido. Esto aumentó aún más la presión sobre el caso en dos dimensiones. En primer lugar, el apagón procedía de fuera, ¿causalidad o casualidad? En segundo lugar, había desaparecido un ciudadano colaborador. Un prestigioso investigador de cara a la sociedad. Yo estoy con Roger en que era un fraude, pero ninguno de los dos tenemos autoridad suficiente para decir esto, citemos pues las palabras del director del MIT: La muerte es nuestro último imprevisto. Uno de los grandes cerebros del siglo XX hoy ha apagado su luz. Después de esto, sobran los comentarios, no solo por la retórica sino porque ya todo el mundo, incluso el círculo académico, le daba por muerto. El tema de conversación en las cafeterías del MIT era el de quién, dentro del ambiente endogámico de la investigación, iba a ocupar ahora su puesto. Desde el punto de vista de la policía, el plan había salido rematadamente mal. En estos casos, se dijo el jefe de comisaría, en los que hay que tomar soluciones rápidas, uno siempre se alegra de haber pensado previamente un plan B. Este plan pasará a ser explicado a continuación. Dado que la ausencia de pruebas físicas contra Roger era lo más problemático del caso (solo le incriminaba la escena del crimen, el Kalifornia’s), el FBI de California pidió ayuda a un grupo de la seguridad estatal dedicado al estudio de los parámetros de conducta de los asesinos en serie. En este grupo de sicólogos, había un estudiante notable. El gobierno norteamericano le había pagado una beca para que hiciera una tesis sobre el análisis de la información de los presos y soldados estadounidenses que estaban bajo los efectos de las llamadas drogas de la verdad. Este grupo de investigación del FBI fue quien le propuso al fiscal del estado de California la realización de esta prueba. Si bien el plan B podía o no ejecutarse, como estaba diciendo antes, el aumento de las presiones por cuestiones de tiempo hizo que el plan B pasara a ser el único plan. Justo al día siguiente de la desaparición, el teniente Mac Cain de la CIA, personaje que probablemente algunos lectores ya habrán tenido el gusto de conocer en otras novelas del autor, se presentó en el despacho del jefe para tener una breve perspectiva sobre el caso. El caso estaba ganando gran repercusión mediática, con la consiguiente publicidad para el Kalifornia’s. La clase de negocio que era despertaba la voraz imaginación de la prensa amarilla. Todos los días las cadenas locales comentaban lo que ya habían categorizado con la etiqueta “El caso K”, y cada vez que aparecía un nuevo cadáver, hacían un programa especial de dos horas, con mesa de debate incluida, donde supuestos especialistas en la materia apuraban para sus hipótesis hasta los más nimios detalles. A estas tertulias acudían algunas médiums famosas que afirmaban saber dónde estaba el desaparecido director de tesis, y se jactaban de haber entrado al Kalifornia’s y de haber sentido, y cito literalmente, grandes corrientes de energía fría, y perdónenme ustedes si me entra la risa mientras narro.
Perdonen si me repito, son cosas de la oralidad, pero después de la desaparición del director, el asunto estaba cobrando dimensiones nacionales. Además, había algo aún más espinoso si cabe que el sexo, que era la información relativa al sistema de gestión económica del Kalifornia’s. No sé ya si he mencionado que el Kalifornia’s cotizaba en bolsa. En concreto, un veinticinco por ciento de la empresa estaba en valor de acciones para aquellos que quisieran invertir en este negocio de sexo virtual. Un dólar fue, por deseo propio de Roger, el precio de salida de cada acción. Después de la desaparición del director, por estas paradojas inexplicables de la vida, el valor de las acciones se multiplicó por quinientos. Si algún lector es un estudioso del análisis de mercado, que por favor, nos instruya sobre alguna posible interpretación para este hecho. Por si fuera poco, cuando se hizo pública la noticia sobre el modo en que se administraba el Kalifornia’s desde un punto de vista económico, las acciones ascendieron otro tanto. De pronto, todos los supuestos altruistas que proceden de grandes empresas de software comenzaron a comprar acciones en señal de apoyo a esa empresa. Algunos se estaban poniendo muy nerviosos. El negocio del sexo cotizando en bolsa es algo más que peliagudo para los faraones. Estos últimos estaban muy satisfechos con el modo en que funcionaban las empresas hasta el momento y no querían que ningún friki tocapelotas les arruinara un sistema que ya venía de antiguo y que había que perpetuar por los siglos de los siglos amén. Resultado de las primeras medidas adoptadas fue que el teniente Mac Cain abandonó su trabajo de formación militar en Sudamérica y se trasladó a California a preguntarle al jefe encargado del caso qué planes tenía. El jefe, como ya he mencionado antes, un poco acongojado por la situación, dijo lo primero que se le vino a la cabeza, esto es, el plan B. El teniente Mac Cain reflexionó durante unos treinta segundos y después rompió el silencio:
—Está bien. Aceptamos la propuesta. Yo he experimentado en el ejército con esas drogas. Forma parte de la formación de un soldado, ¿sabe? En esa situación, es difícil mantener la coherencia si estás mintiendo. Te cuesta pensar, mucho más aún inventar, ¿sabe usted de lo que le estoy hablando?
En ese momento, el jefe respiró aliviado. El hecho de que el teniente contara algo personal le relajó.
—Sí, sí, entiendo. Tengo amigos que me lo han contado también.
—Pues si estamos los dos convencidos, no se hable más. Le informo de que la prueba se realizará en nuestras instalaciones y bajo nuestra supervisión. En el momento en que esto ha trascendido a los medios de esta manera tenemos cierta competencia en el caso. A bueno entendedor…
—Pocas palabras bastan.
—Veamos qué dice en la prueba. Conozco a un siquiatra experto en sicoanálisis. Es muy bueno haciendo preguntas. El doctor Holtz es la persona apropiada para interrogarle, no es que quiera menospreciar a sus chicos, pero ya sabe…
—No, no, por favor, claro, claro.
—Pues en ese caso, no le robo más su tiempo. Iré a comunicarle personalmente al sospechoso la cita que hemos fijado para la prueba. Se han oído muchas cosas de él en estos días, y yo, por mi parte, he escuchado algunas más. Veamos de qué cuero está hecho.
—Muy bien. Le acompaño a la puerta. Gracias por haber venido hasta aquí. La colaboración siempre es buena siempre que se comparta la información.
—No se preocupe, si descubro algo, se lo comunicaré inmediatamente.
—Perfecto, hasta luego.
—Adiós.