Quizás seamos demasiado ingenuos, quizás no tengamos la maldad con la que en los pueblos se ponen los apodos, quizás tengamos demasiado desconocimiento del universo de la ‘España profunda’, quizás todos los poetas que han venerado el mundo de lo popular, desde García Lorca hasta Pablo Neruda, estén aún en lo cierto, al decir que el mundo popular encierra una sabiduría antigua, que el mundo moderno, hiper-tecnologizado, individualista, des-humanizado, haya perdido por completo eso que los políticos llaman el sentido común para poder apropiárselo…
Quizás…
Pero permítanme si digo que llevo todo el día dándole vueltas a esta palabra, metonímica por excelencia, cosificadora y anti poética, al nivel de la palabra ‘chorizo’ o ‘morcilla’, y permítanme si digo también que es de una falta de gusto lingüístico, literario y estético aterrador.
Y ya no es la falta de formación académica, no. Es que no tiene ni puta gracia, y a quien le haga gracia, el que se ría al pronunciarla, que por favor, nos escriba en la página de contactos y nos explique dónde se encuentra la comicidad, porque nosotres, urbanites del trinque, que no hemos pisado una fiesta de pueblo en nuestra p* vida no se la vemos por ninguna parte.
No hace falta ser lingüista ni filólogo para saber que esta es una palabra compuesta, que encierra una oración en sí misma, como las lenguas aglutinantes, donde las palabras son frases enteras, véase el turco, y que se conforma por un verbo, ‘catar’, y un nombre en plural, ‘leches’, que sería el objeto directo del verbo.
¿Hasta aquí se entiende la clase de gramática?
Si se entiende bien, y si no también, puesto que conocer la estructura gramatical de la palabra no nos ayuda mucho a descifrar su significado final.
Y eso es porque intuimos que no tiene un significado literal, sino metafórico. El vino se cata, pero también se pueden catar otros alimentos, como el aceite, por ejemplo. Y esto último, se llama, como todos sabemos, oleoturismo. Pero… ¿La leche? ¿Se cata la leche?
Mucho nos tememos que estos ingeniosos del tirón han usado un significado metafórico de la palabra leche. Ay qué ver. Y nosotros aquí leyendo a Wittgenstein, cuando tenemos sesudos poetas populares a la vuelta de la esquina, y nosotras, os y es, sin saberlo.
Y dado que la estructura patriarcal es muy tendente a la cosificación sexual de la mujer, no nos llevemos las manos a la cabeza si POR LO QUE SEA, leche es sinónimo de ‘lefa’, y cataleches significa en todo rigor: la probadora de semen.
Por favor, que la Real Academia de la lengua española no deje pasar ni un día más sin añadir esta palabra de nueva creación al patrimonio lingüístico español y latinoamericano y se difunda por todos los rincones del mundo en los que se habla la lengua de Colón, el cual, perdonen el inciso, por mucho que nos pongamos, no era español, y muy español, y mucho español, sino un vendedor de secretos, como ya los pocos privilegiados hemos sabido al leer La Historia Invisible de la Humanidad (léase para saber más de este tema.)
Pero además, por si fuera poco, y la sangre no haya llegado suficientemente al río, resulta que teníamos otro segundo apodo, friskies, y es que el capitalismo de las marcas a todas partes ilumina.
Es muy posible que ‘cataleches’ tenga otra lectura, claro que sí, una leche también puede ser un hostión, y puede que catar venga de cate, o sea, hostión al cuadrado, esta es otra posible explicación.
Pero el lenguaje es un código infinito, cada uno puede darle a la forma lingüística el significado que quiera según el pie con el que se levante ese día.
Y nosotras, os, es nos sentimos deseosos de conocer por qué a Esther la llamaban ‘cataleches’ y si esta etiqueta está de alguna forma relacionada con lo que pudo llegar a pasar esa aciaga noche en la que ya se iban todos para casa, Carolo ya estaba en la cama, y ellos iban en el coche por la carretera, supuestamente a dormir para ir a trabajar al día siguiente. Todo normal, o no… Habrá que preguntar a C. por qué le preguntó al día siguiente: ¿la remataste? A veces, el lenguaje parece que lo carga el diablo.