El caso de Laura Luelmo dejó al descubierto una verdad verdadera, una realidad social palpable, que como todo en este país se intenta tapar para que ni huela ni duela.

Laura Luelmo era una hija de la España moderna, una hija de Europa, una mujer libre, feminista, con estudios universitarios, con unas oposiciones a las espaldas, una gran sensibilidad para el arte y, finalmente, una firme creencia en que la educación puede transformar a las personas. Laura Luelmo era una ninfa.

Bernardo Montoya era un hijo de la España de atrás, estaba al otro lado de la puerta que los burguesitos cierran cuando llegan las visitas, era la taza del wáter que hay que dejar bajada, por si algún extraño decide entrar al servicio de la casa. Bernardo Montoya pertenecía a una minoría étnica a la que Francisco Franco le volvió la cara, abandonándolos a su suerte. Bernardo Montoya era pobre, bruto, inculto, una mente por la que no regía pensamiento profundo, ni concepto elevado, ni fórmula matemática, ni pincel, ni pluma, ni palabra audaz, ni política noble. Bernardo Montoya es el niño torpe al que el Estado da por imposible, y cuando elige el camino de las pasiones bajas, el estado lo recluye en la cárcel para que no moleste.

Y allí Bernardo Montoya pasa sus días y sus noches, sin pena ni gloria, haciéndole gasto al Estado, pero no tanto como lo que debería haber invertido en él para transformar a la bestia en un hombre bello, alto y noble, en un caballero francés que escribe la enciclopedia en tiempos de la ilustración.

Y un buen día estas dos Españas se cruzan en el camino, y el resultado es trágico, desastroso, inmoral y desmoralizante. Una hija de Europa se pone delante de los ojos de un hijo de la España profunda, y la ninfa muere asesinada a manos del ogro impulsivo que por saber, solo sabe que el patriarcado le da el privilegio de dominar a las mujeres, que por débiles, son seres inferiores, a las que uno puede violar y matar, independientemente de lo que luego pase.

Tras el asesinato, un abogado de ultraderechas en internet abogó por la idea de matar a Bernardo, Bernardo Montoya; y para justificar su posición, alegó que los españoles no teníamos por qué costear, con el dinero de nuestros sueldos, la vida de Montoya, ya que al ser un asesino in-rehabilitable, estábamos prácticamente tirando el dinero.

Y, fíjate, que si contraponemos al fascismo del mal, el fascismo del bien, a mí, matar a Bernardo Montoya me parece algo demasiado fácil para él y para todos, y, desde luego, no le haría ningún honor a Laura Luelmo, a la ninfa, a su memoria, ni a su legado educativo, ni mucho menos a su sensibilidad artística, ni menos aún al bien con el que podría haber servido a nuestro país.

Ya puestos a ser fascistas, no deberíamos dejar que el señor Montoya tuviera una vida inútil e infructuosa, ni que ni su alma ni su mente fueran como hasta ahora, un campo en barbecho, un cuerpo que come, caga y folla (si le dejan) y que un día morirá sin más.

Bernardo Montoya, siendo fascistas del bien, debería estar obligado todos los días de su vida a leer toda la bibliografía feminista que se haya traducido al español hasta la fecha. Si el señor Bernardo Montoya se negara a la lectura, tendría que estar privado de socialización, y permanecer en aislamiento, hasta que se avenga a razones, y continúe con su plan de lectura feminista.

Además, Bernardo Montoya debería estar obligado a recibir una vez en semana a una feminazi que le cantara las cuarenta, con mucha educación, con cortesía, con didactismo, pero las cuarenta al fin y al cabo, en lo que podría llamarse ‘Talleres feminazis para asesinos de mujeres’. Y si a Bernardo esto no le gusta, si lo considera una tortura, si piensa que va contra sus derechos, si se niega a escuchar, a leer, a pensar, Bernardo entonces recibirá castigo, como digo, hasta que se avenga a razones.

Además, Bernardo Montoya está obligado por ley a transmitir el conocimiento adquirido de las feminazis y por la literatatura feminista que ha sido obligado a leer, a todo el personal de la cárcel, en forma de talleres. Y cuando haya divulgado una y mil veces lo aprendido, deberá ser trasladado de cárcel, y comenzar de nuevo allí su andadura.

Bernardo Montoya será el primer profesor feminazi de cárceles para hombres. Y todo el mal que ha hecho, que es mucho, y muy profundo, y muy doloroso, y muy inmenso, será igual o superior a todo el bien que está obligado a devolvernos a la sociedad, que debe ser muy bueno, y muy elevado, y muy gozoso, y muy fructífero para todos los españoles, ya que, como decía el fascista del mal, le estamos manteniendo sin ninguna necesidad, solamente por ser algo que él no es, de momento, y es ser civilizados.

-Y, al igual que en Walking Death, mantener vivo a Negan es una prueba de una nueva civilización que está naciendo, para nosotros, los europeos, mantener a Bernardo Montoya vivo es una prueba de que somos Europa, y aquí no matamos a los asesinos, aquí a los asesinos, les hacemos un placa, placa, placa, cultural, y si se niegan, más placa, placa, placa, y si aún así, nos devuelven a la cara, que ellos no tienen remedio, que sus circuitos neuronales es una red eléctrica cerrada, y que no van a cambiar, ya que ellos son malos por naturaleza, nosotros iremos y le enseñaremos los dibujos de Ramón y Cajal de las neuronas, a través de los cuales aprendimos que los axones están separados entre sí, y aunque las redes neuronales estén entrenadas, siempre, siempre, siempre, hay un grado de separación que les hace ser innatamente libres.

Y cuando los seres humanos de las cárceles europeas entren ogros y salgan ninfos, será entonces cuando Laura Luelmo podrá descansar en paz.

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